domingo, 26 de octubre de 2008

Hacia una Cultura Nacional

"El hombre argentino, al asimilarse externamente los productos de la cultura europea, hizo de éstos meros habitáculos, con lo que se creyó dispensado de formarse conceptos del mundo y de la vida que fuesen fiel expresión de su peculiar modo de ser. De aquí también que se adoptase la técnica europea sin la decisión de modificarla, adaptándola a sus necesidades propias y que, en consecuencia, su situación con respecto a esta técnica haya sido de mera dependencia, de supersticiosa supeditación a sus artilugios e implementos. Su receptividad, enteramente pasiva, y su renuncia a la inventiva lo hicieron esclavo de la técnica importada y sus derivados, en vez de señor. Todo este proceso remató en el establecimiento y artificiosa aclimatación de las formas externas de una civilización de trasplante, sin nervio espiritual... Debido a este estado de cosas, en extremo anómalo, a nuestra comunidad la hicieron recorrer las etapas ficticias de un progreso técnico y económico, que no era expresión de un interno crecimiento, de una expansión de la vitalidad argentina, sino aportes foráneos que caracterizan a la factoría, al Hinterland colonizado de acuerdo a las exigencias y para satisfacer las necesidades de la metrópoli europea. Correlativamente, surgieron formas institucionales y políticas informadas por principios y dotrinas extrañas a nuestra idiosincracia y a nuestra realidad histórica."
Esta cita es de El Mito Gaucho, una obra fundamental del filósofo argentino de los años `50, Carlos Astrada. Y tiene como objetivo crucial mostrar el problema de la producción cultural argentina: nuestros académicos han comprado a modo de paquete cerrado (de moderno combo) los avances de la técnica, junto a las ideas y la filosofía arraigada en problemáticas extranjeras. Han elegido así el suicidio intelectual, por lo cual han pasado al olvido a todos los profesores y filósofos locales, y minimizando al extremo cualquier posibilidad de que entre las nuevas generaciones de estudiantes pueda desarrollarse una corriente que piense sobre la problemática local. Al cortar toda continuidad, y tirar tierra sobre nuestra propia tradición de pensamiento, han devenido en su mayoría presentadores, expositores o repetidores de los grandes popes extranjeros. Cerrando el circuito, así como ellos han enterrado a sus maestros, los graduados los entierran y minimizan a ellos, como no necesarios para la producción intelectual.
La formación universitaria actual desarrolla meros reproductores de papers, imprentas humanas de notas al pie de página de los filósofos "en serio" y reales del mundo desarrollado; comentadores a las problemáticas de otros. El proceso de creación de esta filosofía de la repetición exige profesionales que crearán notas y papers sobre problemas puntuales, dentro de temáticas que son impuestas por las agendas de congresos y jornadas especializadas. El ideal de todo congreso es a su vez el poder contar con personalidades reconocidas en el ambiente -lograr traer algún famoso doctor del extranjero. El ciclo se cierra, con la idea central de este movimiento académico por "hacer acceder la filosofía" a nuestras masas incultas de estudiantes y profesores locales -de atraer a un verdadero sabio para que nos enseñe, mientras lo escuchamos pasivamente divagar acerca de problemáticas que nunca hemos manejado bien, especialmente por ser problemáticas que no nos conciernen ni interesan.
Es así que el fin del ambiente intelectual local, y de su tendencia autodestructiva, es implantar en nosotros soluciones no buscadas, a problemas que no nos son propios, para explicar un mundo que no es el nuestro... pero ¡qué bien que luce ese mundo!, ¡qué filosófico!
La tarea de la "formación" actual es por ende, el desarraigo de lo local con la excusa de lo universal (cuando en realidad terminamos dialogando sobre temas de lo local extranjero), y conformarnos como una tribu de seres desencajados de nuestra realidad nacional. De allí, que al último que el argentino medio preguntaría en busca de soluciones a sus problemas existenciales, es al filósofo.
Cabe resaltar aquí el agravante que aguará la fiesta de la academia: así como este proceso nos ha nulificado para la vida cultural de nuestra nación, y seríamos los últimos en ser consultados ante cualquier problemática local, hay que recordarles que a su vez, somos también los últimos orejones del tarro en ser escuchados a escala de la filosofía "real" producida por las "eminencias" del primer (único, y verdadero) mundo.
Habiéndose elegido cortar con lo local, se ha renunciado al propio ámbito, y se ha terminado como la sirvienta de los pensadores del extranjero.
A pesar de todo, aún hablamos, dialogamos, escribimos, filosofamos. Para mostrar que existe filosofía más allá del summum del doctorado en Inglaterra, Alemania o España (o de EEUU, si es que en dicho país se pueda decir todavía que exista algo llamado "filosofía"), para demostrar que tenemos algo que decir, y que nuestro Pueblo, nuestros filósofos, poetas y pensadores han venido ya dándole voz; que tenemos una tradición filosófica propia que se debe rescatar, y una problemática de tinte nacional a enfrentar con nuestras propias armas de pensamiento. En suma, para sacar a la luz una corriente subterránea cultural y a sus pensadores, que como el gaucho Martín Fierro debieron atravesar el páramo del exhilio interno, perseguidos ambos por los repetidores de las ideologías de fuera, las viejas vizcachas académicas y los amigos del juez (del militar, y del tecnócrata de turno).
Para mostrar que tenemos algo que decir, con una voz propia -continuación de otras voces propias del pasado, y que tenemos nuestro propio camino. Nuestra tradición cultural a la par del resto de los mundillos instaurados, que necesita encarnar en las nuevas generaciones hasta ahora construidas como políglotas cuyo único idioma que no hablan es el local, y cuyos únicos problemas que se les exige pasar por alto son los propios.

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